Los que llevamos metidos ya unos años en esto de las nuevas tecnologías, conocemos y hemos usado Windows como sistema operativo desde mucho antes de 1995. Los usuarios domésticos, empezaron a oir hablar de él en 1998, pero no fue hasta 2001, momento en el que Windows XP salió al mercado, cuando éste pasó a ser conocido y aceptado por el gran público. No merece ni comentar la cuota de mercado que desde entonces ostenta.
Sin embargo, en los últimos años, el mundo tecnológico ha comenzado a dar un
giro de 180 grados. Y estoy seguro de que este cambio va a hacer que, en el futuro, el mercado de sistemas operativos diste mucho del que hoy conocemos.
Para entenderlo, debemos pensar que el software (los sistemas operativos y los programas que utilizan ordenadores, portátiles, PDAs, móviles de última generación y otros muchos dispositivos electrónicos) es como un plato cocinado obtenido a partir de una receta.
Antes, las empresas desarrolladoras de software (lo que incluye a Microsoft y a todos aquellos que diseñan sistemas operativos) creaban sus productos de
forma cerrada: yo hago mi programa y lo vendo sin hacer público su código. O lo que es lo mismo, yo cocino un plato y lo vendo ocultando su receta. Por múltiples razones, ahora el enfoque ha cambiado. En la actualidad, ya son mayoría los
desarrollos abiertos: yo hago un programa, y lo distribuyo junto a su código de forma gratuita. Siguiendo con nuestro ejemplo, yo preparo un plato y lo pongo a disposición de quien quiera probarlo junto a su receta.
Aunque no es cuestión de explicar aquí los beneficios de este esquema, basta con pensar en lo mucho que puede mejorar la calidad de un plato después de que muchas personas hagan a su receta las modificaciones que estimen convenientes y compartan con el resto dichos cambios. Más aún, si no nos gusta uno de los ingredientes del plato, podemos no incluirlo. Trasladado al software, esto significa que los desarrollos abiertos
evolucionan muy rápido y, lo que es mejor, pueden ser
adaptados por el usuario final conforme sus propias necesidades.
Y esto último es la clave, mucho más allá de la gratuidad con la que se obtienen los desarrollos abiertos, porque para una empresa o administración, como usuaria final de software, es vital poder hacer todos los cambios necesarios en el software para que este se adapte a su modo de funcionamiento. Y en el otro extremo también hay beneficios. Podemos comprender cómo las empresas de hardware (aquellas que diseñan la parte visible de nuestros aparatos) se benefician también del modelo abierto pensando en cómo una empresa que diseñe robots de cocina consigue aumentar su valor si cuenta con miles de cocineros desarrollando recetas basadas en su producto.
De todos estos movimientos hay muchas pruebas: administraciones como la de la ciudad de París o la de la comunidad de Andalucía migran ya sus sistemas operativos a soluciones abiertas como Linux; empresas representativas en el sector del hardware, como Nokia o Samsung, hacen que sus aparatos ejecuten productos de este tipo, etc.
Así que el tren acaba de ponerse en movimiento y ha llegado el momento de subirse…